jueves, 9 de marzo de 2017

En más de mil lugares

Oyéndola respirar dormida mientras fumaba un último cigarrillo pensaba quién demonios era esa mujer. La primera vez que la vi pensé que podía pasar como princesa hindú, espía francesa, reportera inglesa o estatua romana de perfil estilizado y orgulloso. Tenía la facilidad de ser mil mujeres y ninguna a la vez pero en todas ellas refulgían ese par de faros verdes que eran sus ojos de depredadora dulce.

La noche en que la conocí, mis pasos me habían guiado por más de diez bares. Una copa en cada uno de ellos y salir de nuevo a la oscuridad. El lugar en donde la vi estaba a reventar y la gente celebraba el placer de estar viva. Una leve carcajada ebria y el brillo del castaño platino de su pelo me llamó la atención de inmediato. Nos vimos y acercamos como si fuéramos viejos conocidos que no se habían visto en toda su vida. Iba empezar el viejo proceso de conquista cuando me susurro al oído: ‘Vámonos’.

Recorrimos la madrugada de la calle, vimos ebrios que vomitaban por los parques, indigentes que hacía fogatas para protegerse del frío, prostitutas que abordaban carros con destinos inciertos mientras reíamos y hablábamos y copos de nieve se posaban tímidos sobre su nariz.

Llegamos a su apartamento y antes de darme tiempo de abalanzarme sobre ella se escabulló como una cervatilla que huye de su depredador. Prendió su televisor y antes de que reaccionara me pasó un control de videojuegos.

-¿Me ayudas? Es que no he podido pasar de ese nivel-dijo tratando de ocultar una carcajada  -no creerás que te traje aquí para que me comieras.

Era un juego de zombies. Me pasó una botella de ron a la vez que limpiábamos las calles de la amenaza y mientras exterminaba seres renqueantes y putrefactos imaginé lo que se sentiría meter mi lengua en su boca y someterla de mil maneras impúdicas, me miró de reojo mientras que en la pantalla usaba un lanzallamas para quemar a los pobres muertos que se habían metido en su camino. No supe cuántas botellas llevábamos o cuantos cadáveres adornaban las calles virtuales cuando boté el control e hice lo que deseé desde el primer instante que la vi.

-Tengo alguien bueno que me ama –susurró a manera de excusa intentando escaparse de mis brazos.

-Todos hemos tenido alguna vez a alguien bueno que nos ama –respondí mientras le quitaba la ropa

Su cuerpo era único como si el oro se pudiera degustar y sus ojos parecían brillar aún más incluso en la penumbra de su cama. Parecía una medusa enloquecida bajo mi cuerpo, moviéndose siseando, mordiendo y chupando como si quisiera dominar a su dominante, con rabia, ternura, y placer que brotaban de mil fuentes confluyendo bajo los estertores de un orgasmo continuo.

Me quedé a dormir junto a ella y el sol nos atrapó mientras respiraba sobre su nuca. Nunca más hablamos de aquella noche ni de la botella de ron o la cacería de zombies y nos despedimos de mano en la portería de su edificio justo después de haber tenido sexo en la ducha de su apartamento.

No intercambiamos teléfonos, ni correo o redes sociales,  teníamos la certeza de que nuestros cuerpos se llamaban y un pronto encuentro era inevitable. A los seis meses coincidimos en la fila de un banco y pasamos el resto de la tarde viendo nuestros cuerpos sudados en el reflejo del espejo de un techo.

Podíamos vernos en cualquier momento, en cualquier lugar. Una vez nos divisamos en la calle a lo lejos mientras la policía desintegraba una revuelta estudiantil y tuvimos que atravesar la calle de repleta de gas mostaza, sangre y pancartas de izquierda para irnos a tirar tranquilos.

La única regla que teníamos, si era que podía considerarse como tal, era que siempre hacíamos el amor en diferentes lugares. Íbamos desde hoteles cinco estrellas donde una noche podía costar una fortuna hasta lumpanares grotescos donde la pared era tan floja que podías escuchar todos los gritos y gemidos de todo el piso si te concentrabas lo suficiente.

Hacer el amor con ella era excesivo. Todo en ella lo era. Su estatura, el tamaño de sus tetas, lo descabellado de sus historias, el deseo que parecía emanar de su piel, cada vez más ansioso, más urgido de mis besos. Nos encontramos de manera casual por muchos años y nunca parecía saciarme de ella, devorándola con la misma intensidad que la primera.

Y siempre llegaba el momento en que parábamos exhaustos de la frenética jornada. Ella ponía su cabeza sobre mi pecho y hablábamos. Le contaba cosas que ninguna mujer, ni siquiera aquellas que dijeron amarme o que creí yo hacerlo supieron jamás y ella escuchaba, cerraba los ojos y se dejaba arrullar por mis extrañas historias como si fueran canciones de cuna; en sus silencios, en esa sonrisa plácida, podía entrever una libertad que nunca había experimentado y que quedaba encerrada en esas cuatros paredes y esos segundos finitosinfinitos que duraban nuestros encuentros.

Un día recibí una llamada. Fue la primera y única vez que me contactó. Siempre tuve la sospecha que sabía quién era y cómo llegar a mí pero prefería dejar nuestros encuentros a los múltiples dados del azar. Me citó en su apartamento y me comunicó lo que sospeché desde que oí su voz por el celular, se casaría con ese alguien demasiado bueno que la amaba. No le pregunté si ella lo amaba igual ni intenté convencerla de que se fugara conmigo para un lugar remoto porque así no funcionaba la vida.

- Siempre es bueno tener a alguien demasiado bueno que nos ama –le susurré mientras le quitaba la ropa y me disponía en hacerla mía en todos los rincones de su casa en un fin de semana que ninguno habría de olvidar jamás.

Oyéndola respirar dormida mientras me fumaba un último cigarrillo pensaba quién demonios era esa mujer. La primera vez que la vi pensé que podía pasar como princesa hindú, espía francesa, reportera inglesa o estatua romana de perfil estilizado y orgulloso. Tenía la facilidad de ser mil mujeres y ninguna a la vez pero en todas ellas refulgían ese par de faros verdes que eran sus ojos de depredadora dulce y llegué a la conclusión que su encanto era precisamente el de saberla lejana y difusa, un huracán hecho mujer, una fuerza de la naturaleza cuyo milagro era simplemente ser y que, a veces, las mejores historias comienzan con una la respiración de una mujer dormida después de un orgasmo.

Sabía que la volvería a ver, los cuerpos se seguirían llamando una y otra vez por años a pesar de ser su llamada cada vez más débil. Quizá alguna vez la vería a lo lejos con su hombre demasiado bueno tomada de la mano al hacerlo prendería otro cigarrillo en su honor y daría media vuelta mientras seguiría eternamente atrapado en el misterio de sus ojos.





lunes, 6 de marzo de 2017

Logan

 (La siguiente reseña tendrá spoilers de la película así que no la han visto no la lean. Advertidos quedan)


“El mundo ya no es lo que era”
                                                Logan


Logan es una película triste. Estamos acostumbrados a películas de superhéroes poderosos que se enfrentan a grandes amenazas y villanos para al final salir victoriosos y arreglar las cosas, este no es el caso ya que nos enfrentamos al ocaso de los mutantes y a un mundo apocalíptico para ellos.

Lo que más sobresale de esta cinta es lo cansados que están los protagonistas. No tienen nada de esplendorosos, ya no existen Wolverine, el Profesor X, solo un viejo Logan y un Charles Xavier que sobreviven en un entorno hostil donde los mutantes son una especie en vía de extinción.

Charles sufre de demencia senil convirtiendo a uno de los más poderosos mutantes en un arma de destrucción masiva que nadie puede controlar. Logan se ha hecho cargo de su amigo cuidando de él en un lugar olvidado por todos en la frontera con México. Ambos saben que no tienen salida, no hay nada que puedan hacer o combatir para arreglar la situación. A lo largo de las películas la relación de ellos ha sido paternal donde un Xavier guiaba a Logan pero en esta última se ha invertido y se ha vuelto mucho más profunda y entrañable.

En esa situación aparece Laura, X-23, el reflejo de Logan, su hija. Joven, impetuosa, salvaje, confundida, y tras ella una siniestra organización causante de la desaparición de los mutantes que busca convertir a niños en armas de guerra. Ella es la esperanza en un mundo gris, la luz para nuestros protagonistas de un futuro al que no pertenecen donde están viviendo horas extras.

Lo mejor de la película son las actuaciones, tanto Hugh Jackman como Patrick Stewart dejan la piel en sus papeles, saben que es la última vez que visitarán el mundo mutante y no se restringen regalándonos interpretaciones magistrales. Dafne Keen como X-23 también hace muy bien su papel sobrotodo teniendo en cuenta que no habla durante más de la mitad del filme.

Hablaba de que es una película triste y esto  se ve representado más que todo en el hecho que ambos son el eco de un mundo destinado a desaparecer y porque fue el mismo Charles Xavier quien sin intención  mata por accidente a los Xmen. Todo lo que vimos en el pasado, todo lo que construyó a través de décadas se ha ido.

Desde que vemos la enfermedad de Charles, la paulatina desaparición del poder regenerativo de Logan y el lugar donde se desenvuelven  sabemos que lo único que les espera es la muerte, el descanso. Este viene en forma de X-24 un clon exacto de Logan, que representa lo que éste debió haber sido, a lo que se rebeló, una herramienta, un asesino,  luchando con él para salvar la vida de su hija encuentra un propósito.

Sorprende que James Mangold, director de la mediocre cinta anterior, The Wolverine, haya realizado esta película tan íntima y oscura. En una entrevista había dicho que quería una cinta alejada de la parafernalia de los superhéroes, deseaba algo más realista y vaya que lo consiguió;  para mí la cinta es un road trip con toques de western y muy poco de súper poderes (quizá donde más se nota es en el tercer acto). El haber cambiado la clasificación de la película en una para  adultos ayuda a crear una cinta mucho más madura de lo que podría haber sido, donde no se cortan para mostrar sangre o desmembramientos (lo que de verdad haría un tipo con garras de adamantio si existiera) y se ve de manera natural, sin parecer en ningún momento exagerado.

En el 2029, los mutantes han llegado a su fin, nuestro héroes han encontrado el reposo a su largo camino….y el futuro reposa en Laura y sus amigos a quienes quizá veamos en nuevas cintas.

¿Qué les pareció la película?





miércoles, 1 de marzo de 2017

El día en que las Tortugas Ninja salieron del closet

En 1992 un niño pegó unas laminitas de las Tortugas Ninja en su closet, seguramente eran repetidas o de pronto quiso dejar un legado eterno e imborrable en ese pedazo de madera que veía todos los días como desafío al tiempo. Veinticinco años después, el hombre en el que se convirtió ese pequeño observaba por última vez esas figuras sabiendo que era la última vez en su vida que las vería.

Vaciando la casa de mi madre para no volver, en donde los objetos acumulados por casi treinta años se mezclaban con un torrente inabarcable de recuerdos, mi mirada volvía una y otra vez a las figuras amenazantes y divertidas de mis héroes de niñez. Recuerdo la habitación y el tiempo que pasé en ellas pero ese niño que fui yo mismo se me hace lejano y ajeno como si fuera alguien completamente diferente e incomprensible para este hombre que ha vivido muchas cosas tantas buenas como malas en el camino que ha recorrido y las decisiones que ha tomado.

¿Qué pensaba ese niño? Seguramente sus preocupaciones me parecerían insignificantes ahora pero en ese tiempo eran importantísimas, sé que su infancia fue muy feliz y que nunca fue consciente de lo afortunado que fue durante ese periodo. Cuando estamos pequeños no sabemos todo lo que nuestros padres hacen para blindarnos de los problemas del mundo real y mantenernos en una burbuja feliz que se rompe cuando nos hacemos adultos y crecer es darnos cuenta que al final estamos solos frente al mundo.

El niño creció, se mudó con su padre después del divorcio pero el closet de su niñez siguió igual con las Tortugas Ninja atentas, vigilando los recuerdos de su infancia. Él volvería muchas veces a ese lugar cada vez más adulto, cambiado, vería el cuarto y le traería recuerdos del olor del pan, de la emoción con que pegó esas laminas y la cama ya inexistente donde su mamá le daba un beso antes de dormir y le dejaba prendida la radio en la estación de música clásica mientras se dormía, pero nunca se imaginaría que habría una última vez, una última visita, un último adiós.

¿Cuántas personas somos durante nuestra existencia? Cambiamos tantas veces de manera tan sutil que ni siquiera nos damos cuenta. Cada año, cada década tenemos tantas experiencias, personas por conocer, lugares por visitar, dolores y alegrías que sentir que nos convierten en personas casi extrañas a las que fuimos algún día aunque nuestra esencia siga casi intacta. Quizá somos mil y una más, como si viviéramos infinitas vidas en una sola y no nos diéramos cuenta de ello sino en determinados momentos cuando la nostalgia toca nuestra puerta, a veces de manera sutil, a veces con la ferocidad de un monstruo insaciable en busca de épocas mejores.

Nuestra vida es un recorrer infinito de lugares y personas que solo tendrá descanso al morir. En algún momento los lugares de nuestra niñez, donde dimos el primer beso o amamos intensamente desaparecerán físicamente y vivirán únicamente en nuestra memoria desapareciendo nuevamente cuando nosotros ya no estemos.

Recordé esto el penúltimo día antes de dejar la casa de mi madre. Esa noche fui al parque cercano que se veía mucho más pequeño de lo que recordaba. Vi el inmenso árbol y los columpios donde tantas veces corrí hasta quedar exhausto sabiendo que en casa mamá y papá estarían esperando por mi regreso, y todos mis seres, el niño que pegó los cromos, el adolescente indiferente y taciturno y el hombre lleno de cicatrices que soy ahora supe lo afortunado que ha sido por los lugares que ha recorrido y por la gente que ha tenido la fortuna de conocer y amar.

De momento las Tortugas siguen en el closet a la espera de un futuro incierto pero no las visitaré más, las llevo en mi corazón y eso basta por los años pasados y por venir. Su guardia ha terminado.